lunes, 23 de abril de 2007

El Largo Adiós

Una niña me mira desdichadamente. Hace tiempo que no me baño y ando tan flaco que no me sorprende su actitud. Sin embargo. no puedo evittar pensar que ella me está juzgando como si estuviera pesándome. Valgo menos que una goma de borrar. Soy inútil, vago y disconformista, pero aquellas son facetas que comparto con millones de seres humanos. Por qué será que a ella le resulta tan raro. Vuelvo la cabeza hacia un charco de agua, ha estado lloviendo; no lo había notado. La imagen evidencia el estado de las cosas. La imagen que doy surge desde lo profundo de mi alma melancólica. Regreso a las palabaras de Rimbaud: ``hasta de la flor brota algo amargo`` Éstas me dan fuerza para mirarla con desprecio. Sí, niña inocente, tú también eres parte de la miasma que nos rodea, del sucio flujo humano. Ya venerarás dioses paganos, ya destriparas a prójimos. Nadie se salva del precio de estar vivo. Somos frágiles. La idea me acompaña hasta llegar a casa convirtiéndose en un bloque de cemento asentándose en mi cabeza por siempre.
Tirado en la cama escucho los crujidos del piso de arriba trando de imaginar los movimientos de mis vecinos, hasta que una sirena pasa por mi ventana. Viajo ahora en una ambulancia. Le sostengo la mano a un pobre viejo. El paramédico me pide una y otra vez que me corra del camino. Ni siquiera el respirador artificial disimula el semblante del enfermo. Estando al borde de la muerte la comisura de sus labios dibuja una sonrisa suave y gentil. Limpio las lágrimas de mi cara con la funda de la almohada. Mirando el reloj permanezco inmóvil, el paso del tiempo ya no me afecta. Al menos no en un sentido estricto o formal porque no tengo que llegar a ningún lado. Soy libre, insondablemente libre. Es un estado al cual he llegado atravesando un sinfín de sacrificios. Por ejemplo no trabajar lo que conlleva a pasar algo de hambre. Salvo que te acostumbres a no comer como me ha pasado a mí o si el hambre se hace inaguantable solo tienes que ir a McDonald`s a recoger las sobras de las mesas. La cama y el cuarto fueron regalos de mi difunto padre. Hace años después de una larga estadía en Europa quiso asegurarse de que yo siempre tendría una cama donde pasar la noche. Al ser inmensamente rico no tuvo inconveniente alguno. De la herencia que me dejó no he visto ni un billete. Me aburre enormente todo el papelerío judicial o lo que sea que dijo ese abogado insensible en el entierro. Si mi madre me hubiera visto elegir cuidadosamente el traje, la camisa, las flores y todo lo que lleva un entierro se hubiese sentido orgullosa. Lo único reprochable a esa ceremonia tan hermosa fue el mal tiempo que nos toco. Una lluvia fría de esas que sentís en los huesos las que te mojan los pies achicharrándolos hasta dejarlos como aceitunas. He leído una vez que a una de las amantes de Genghis Khan la torturaron introduciendo sus pies en una compresa de hierro fundido. Antes de dar el último respiro el verdugo le permitió ver su obra de arte. Tan fuerte fue la conmoción que le causó la visión de los pies deformes que murió de terror antes que de dolor. Bueno con mis pies sucedió algo similar salvando las distancias obviamente.
Me levanté y volví a la cama pensando en la niña del parque. En su ojos de rata chismosa. De acá a uns años terminará el secundario luego gracias al éxito de su padre ferretero irá a la universidad. Una alumna aplicada según varios profesores, aunque ni bien cruce las puertas todos habrán olvidado su cara, nombre, trabajos, etcétera. El grupo de mujeres que frecuentará, un conventillo andante, la ayudará a perpetuar su insolente vanagloria alcanzada por hechos simplones sea por ejemplo: un título universitario. El amor de su vida no será un hombre sino un contexto de falsa seguridad. La guerra que peleará con el mundo ha de ser la necesaria para mantener la falsa seguridad. Ya lo creo así.
Me relajo dsifrutando la impensada libertad con la que convivo diriamente. El haber desistido de una carrera literaría ya no me acongoja. Para qué, si soy peor que todos los escritores que admiro. Por las dudas si alguien llega a leer este escrito. He dejado unas cuantas hojas garabateadas en el cajón del escritorio .
Antes de mi encuentro silencioso con la niña habìa pegado una visita a un viejo amigo. Amigo, quiero decir conocido ya que hace mucho tiempo he decidido no tenerlos para mantener la libertad. La libertad de deglutir mis penas y alegrías en soledad. Absorver uno por uno mis sentimientos inoculados de cualquier perspectiva ajena. Tal vez es tan simple este policía retirado o anda tan familiarizado con la bajeza humana que mi imagen no le produjo la menor impresión. En uno de los pocos relatos que he escrito en mi vida cuento la historia de un famoso psicólogo. Un hombre sano en la flor de la vida, rondaba los cincuenta años, que a través de su fina percepción apoyada en fundamentos lógicos se hace célebre en las altas esferas de la psicología moderna. La cuestión es que mucho no le atrae la fama, por el contrario asegura a sus alumnos cuanto le disgusta. Con el paso del tiempo la adulación se hace infranqueable. Para cortar por lo sano decidie retirarse a uno de sus hospicios allí vive los años más felices acostumbrado a la locura de cada día.
Al policía ese le pasó algo parecido. En su departamento solitario he conseguido un revólver calibre 42. Compré una caja de 12 balas en la armería de la calle de Toledo y justo cuando venía para casa me encontré a esa moocosa irrespetuosa.
EL mundo no me interesa, yo nunca he encajado y no me molesta admitir que gran parte de la culpa ha sido mía. Eso es todo lo que diré al respecto.
Trataré de llevar a cabo mi acto de mayor liberación con elegancia y decoro. Sucederá en el baño. En el armario debajo de la bacha los uniformados encontrarán los elementos necesarios para limpiar las salpicaduras de sangre en la bañera. Ojalá supiese cómo hacer para dejarle el derecho de propiedad del departamento a mis vecinos del segundo `b`, desafortunadamente el abogado de papá estaba demasiado ocupado a la tarde para atenderme al teléfono. Ya no queda más que decir, salvo que soy libre.